martes, 3 de septiembre de 2013

El ajeno



El ajeno
  Comenzó Italo a trabajar para la madre hacia 1960. Varón responsable para quien las órdenes de ésa mujer eran sacras. Sigue activo como hombre de confianza del hijo. Es un  buen inmigrante que sabe hacer de todo, menos expresar sus sentimientos.
  Oyó sonar su celular cuando llegaba, bien temprano. Era aquel hijo que lo llamaba: “Urgente, venga por favor”. A los pocos instantes golpeaba la puerta del departamento. Le abrió enseguida y dijo: “Ahí hay un hombre extraño. No sé quién es. Su aspecto me aterroriza”.
  “Vamos a ver”, dijo Italo calmo. El heredero de aquella dama iba delante. Encendió las luces del cuarto de baño. Entonces dijo: “Ve. Ahí está. Pelo desordenado, piel de momia, orejudo como Santiago Copello, con ojeras, arrugas y una mirada perdida. Vaya a saber qué se propone, Por favor, ayúdeme”.
   El hombre de la península, parco de palabras, hábil de reflejos (pese a su edad, la misma que el hijo aquel), miró al espejo y luego al personaje tan conocido. Oía: “No sé qué está esperando ese tipo allí. Su presencia me inquieta. No se que intentará”.
    Rápido y decidido, Italo quitó la luz. Dijo: “Venga, venga. Lo maté. Ya no existe. Ahora sólo quedamos usted y yo. Usted con el rostro juvenil de siempre, los ojos brillantes, los labios alegres dispuestos a la broma. Y yo listo para trabajar ahora. Hasta luego”.

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