miércoles, 5 de marzo de 2014

68 ¿Anglicano, episcopaliano?



¿Anglicano, episcopaliano?

   Era 1959 y quería, no sé bien porqué, terminar pronto mi tesis de licenciatura. Quizá pensaba que 1960 sería un año peliagudo por los exámenes finales y la ordenación.
   Desde chico leía inglés, impulsado por mi padre, y me interesaba cuanto fuera británico. Me había dedicado a estudiar el Book of Common Prayer, el tesoro más preciado de los anglicanos. Decidí presentar ese asunto como tema de mi disertación escrita. Sin embargo, algo me impulsó a lograr una entrevista con algún anglicano.
   Fui a una iglesia de ladrillos rojos, que aún se encuentra en la calle Crámer: Holy Saviour. Pedí por el pastor. La secretaria no se ofendió pues pensó que yo traducía al castellano el título que dan a sus párrocos: pastor (con acento en la á). Conseguí la cita. El día llegó rápido y, un poco temeroso del encuentro, acudí con puntualidad de gentleman. El hombre me esperaba. Nos presentamos: era David Burton. Tendría unos cuarenta años, rostro rubicundo, cabellos entre rubios y castaños, alto, no tan bien vestido como imaginé, con una sonrisas persuasiva. No quiso permanecer detrás de su escritorio. Nos sentamos en dos sillones envejecidos por el uso. Trajeron el té. Sirvió él.
   Por fin, me preguntó:

-¿Qué lo trae por aquí, padre?
 -Quiero hacerle unas preguntas sobre el Book of Common Prayer para mi tesis de teología,-contestó.
 -Algo puedo decir, sin embargo, entienda que soy un simple párroco y no un teólogo.

Enseguida me di cuenta de que sabía más del tema que él y pregunté dos o tres simplezas. Luego, el diálogo giró hacia las diferencias entre anglicanos y católicos romanos. Entonces con una amplia risa afirmó:
-Mire, si me aceptan con mi esposa y mis varios chicos no tendría dificultad en ser católico, aceptar al Papa y dedicarme a auxiliar a la gente como hice hasta hoy.
También yo reí. Me fui pensando que las cosas podrían ser más fáciles con un toque de flexibilidad.
    En homenaje a Burton, cuya casa particular se convirtió, tiempo después, en una parroquia católica de Belgrano,[1] presenté en la facultad la disertación de licencia en teología y recibí altos honores, probablemente, porque nadie sabía del asunto que yo estudiaba y mucho menos conocían la lengua de Shakespeare. Ignorancia que sigue hasta hoy.



[1] N. S de Lourdes, sobre la avenida Monroe, esq. Freire.

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