El abuelo, el padre y el
niño
Un padre
casó a su hijo. Le donó su fortuna entera. Sólo le rogó que lo dejase vivir en
su casa. Después nació su nieto.
Pasaron los
años hasta que el niño tuvo doce. El abuelo, ya viejo y enfermo, andaba con
bastón. Estaba triste, pues su nuera arrogante lo humillaba. Decía sin cesar a
su marido: - ¡No aguanto más al viejo! Me voy a morir si tu padre
sigue aquí. No puedo más.
El hijo le
pidió al padre:
-Papá, andate de mi
casa. Te mantuve durante catorce años.
-Hijo, no me eches de la
casa. Soy anciano y enfermo, nadie me querrá recibir. Me conformo con un rincón
en el taller.
-No es posible. Tenés que
irte. Mi mujer está cansada de vos.
-Dios te bendiga, hijo.
Me voy como querés. Al menos, dame una manta para dormir en la calle.
El hijo
llamó al nieto y le ordenó:
-Andá al taller y dale al
viejo una manta de las que hay en un baúl. Así podrá dormir en la calle.
El chico fue
al taller con su abuelo. Eligió la mejor manta. La dobló por la mitad y,
mientras el anciano la sostenía, comenzó a cortarla con una tijera por el
medio. El abuelo le susurraba:
-Por favor, no la cortes.
¿Qué hacés? Tu papá dijo que me la daba entera. Voy a decírselo.
-No tengo problema.
-¡Mi nieto me ha dado la
mitad de la manta!
-Dásela entera,- decretó
el padre.
-No. La otra mitad la
guardo para vos, cuando seas mayor y te eche de mi casa.
Entonces, el
hombre llamó al abuelo:
-Volvé, papá. No probaré
bocado sin que hayas comido. Tendrás tu pieza, calor y ropa buena. Prefiero que
se vaya ella.
Después de
oírlo, el viejo lloró por el hijo arrepentido.