Muere
un ateo
José Demare fue un eximio profesor
de inglés. También pulió lo que otros me habían enseñado. Con él había un tema
tabú: no se podía hablar de religión. Según decía, era ateo.
Durante diez años desde 1969
nunca falté a sus clases individuales de noche, aunque a veces quería que
participara en algún grupo vespertino con una o dos personas más. Así conocí a
Angel Candreva y un muchacho inteligentón de apellido Gallo.
Un día de enero de 1979 recibí
un llamado. Era su hermana. Me dijo:-Mi hermano José está muy enfermo y pide si
puede visitarlo. Recibí las señas y fui. Demare estaba en cama con los signos
imperiosos de un mal radicado. Se puso feliz – una manera de decir – de que lo
visitara. Le pregunté: -Quiere recibir los sacramentos de los enfermos.
Respondió con claridad: - Por favor, sí. Estoy grave y quiero partir en
paz. Celebré los ritos católicos y elegí
con cuidado las lecturas de la Biblia. Cuando acabé, él, que me llamaba por el
nombre de pila, susurró: -¡Gracias,
padre!
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