miércoles, 3 de septiembre de 2014

84 Ferndale

Episodios del alma (5)
 Ferndale

  Después de un viaje desagradable llegas a Detroit y te espera en el aeropuerto tu amigo entrañable, el P. Edward Prus. Tu pequeña maleta le llama la atención, porque vas a quedarte un mes. Según su costumbre nada dice. Viajan contentos hasta Ferndale.
   Vas pensando que Ed está envejecido, más que tu. Nunca se queja. Te recibe con alegría no fingida y te hace sentir cómodo desde el primer instante. Sólo te suelta: -¡Menos mal que esta vez no debes trabajar corrigiendo tesis u otras cosas!
   Te das cuenta que quiere tu compañía. Cada vez que tiene que ir a alguna parte te avisa y pregunta: -Te gustaría ir. Aceptas cada vez, incluso cuando fueron a comer con unos conocidos a un club de polacos en los EE.UU. bastante lejos de Ferndale. Lo que más te agrada es ir los sábados a la hora de adoración en el Shrine of the Little Flower, y luego comer un brunch junto a Bruce Bauer, tu otro amigo médico.
   Piensas que quizá sea tu último viaje y te dedicas a ellos. Pronto visitas a Joe Gagnon y los tres parten rumbo a Canadá. Ya han reservado desde marzo las entradas para tres espectáculos en Stratford, en el Shakespeare Festival. Te han dado por primera vez, ahora que esos pensamientos de cosa final te tientan, una visa por diez años para entrar a aquel país. Disfrutas mucho de Crazy for you, tanto que a la noche te surge un poemita en honor de Jason Sermonia, y te propones, esta vez la harás, escribirle. Man of La Mancha te encuentra sentado en la orchestra, pues el administrador del teatro  te dice: -Tengo varios asientos libres abajo. Así que gozas del espectáculo, un invento sobre Dulcinea del Toboso, que ocupa poco lugar en El Quijote  de Cervantes. La idea es que cada persona, incluso la fea Dulcinea, quiere ser tratada según una mecánica de amor que eleva al ser amado.
   Tus días pasan ligeros, dándote Ed los gustos que conoce: hace ya cuarenta años que dura esta amistad! Frutas, pan de semillas, avena, mermelada de naranja, un San José pequeño para vender propiedades (según dicen) y muchos otros detalles que llenan más de lo que quisieras tu vida. Hubieras preferido dedicarte más a la oración y a la lectura, y no hay tiempo.

   Regresas con un sabor agridulce de tristeza y alegría a la vez. Cuando llegas a tu ciudad comprendes que has dejado el primer mundo atrás.

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