Episodios del alma (5)
Ferndale
Después de un viaje desagradable llegas a
Detroit y te espera en el aeropuerto tu amigo entrañable, el P. Edward Prus. Tu
pequeña maleta le llama la atención, porque vas a quedarte un mes. Según su
costumbre nada dice. Viajan contentos hasta Ferndale.
Vas pensando que Ed está envejecido, más que
tu. Nunca se queja. Te recibe con alegría no fingida y te hace sentir cómodo
desde el primer instante. Sólo te suelta: -¡Menos mal que esta vez no debes
trabajar corrigiendo tesis u otras cosas!
Te das cuenta que quiere tu compañía. Cada
vez que tiene que ir a alguna parte te avisa y pregunta: -Te gustaría ir. Aceptas
cada vez, incluso cuando fueron a comer con unos conocidos a un club de polacos
en los EE.UU. bastante lejos de Ferndale. Lo que más te agrada es ir los
sábados a la hora de adoración en el Shrine
of the Little Flower, y luego comer un brunch
junto a Bruce Bauer, tu otro amigo médico.
Piensas que quizá sea tu último viaje y te
dedicas a ellos. Pronto visitas a Joe Gagnon y los tres parten rumbo a Canadá.
Ya han reservado desde marzo las entradas para tres espectáculos en Stratford,
en el Shakespeare Festival. Te han
dado por primera vez, ahora que esos pensamientos de cosa final te tientan, una
visa por diez años para entrar a aquel país. Disfrutas mucho de Crazy for you, tanto que a la noche te
surge un poemita en honor de Jason Sermonia, y te propones, esta vez la harás,
escribirle. Man of La Mancha te
encuentra sentado en la orchestra, pues
el administrador del teatro te dice:
-Tengo varios asientos libres abajo. Así que gozas del espectáculo, un invento
sobre Dulcinea del Toboso, que ocupa poco lugar en El Quijote de Cervantes. La
idea es que cada persona, incluso la fea Dulcinea, quiere ser tratada según una
mecánica de amor que eleva al ser amado.
Tus días pasan ligeros, dándote Ed los
gustos que conoce: hace ya cuarenta años que dura esta amistad! Frutas, pan de
semillas, avena, mermelada de naranja, un San José pequeño para vender
propiedades (según dicen) y muchos otros detalles que llenan más de lo que
quisieras tu vida. Hubieras preferido dedicarte más a la oración y a la
lectura, y no hay tiempo.
Regresas con un sabor agridulce de tristeza
y alegría a la vez. Cuando llegas a tu ciudad comprendes que has dejado el
primer mundo atrás.
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