Villa Allende (2)
Cuando los De Luca se establecieron en la villa, me
invitaron a pasar unos días con ellos. Era 1970 y mis numerosas
responsabilidades me agotaban mucho y solía vivir estresado.
Lo único que debía hacer era
descansar y salir a pasear por la población con los cinco chicos, Pablo el
mayor, las tres nenas, y Diego el chiquito. Aunque no era amante de los perros,
debía llevar al can que los niños adoraban. Era negro azabache, grande, curioso
y mandón. Se los encargué a una de las nenas.
Caminábamos a la deriva sin
saber hacia dónde íbamos. El pueblo era chico por entonces y el paseo nos llevó
frente a un portón cerrado, desvencijado y enmohecido. El perro no se detuvo,
empujó y penetró en el lugar, que resultó ser el cementerio del lugar.
La niña no pudo sujetar al
animal, que al ver tanto lugar y tantos recovecos, se enloqueció en una carrera
sin fin. Cada uno tomó por distintos caminos para volver a tomar la correa y
dirigir a la buena mascota.
De pronto lo gritos de los chicos me
asustaron y apresuré mi tranco para darles alcance: estaban los cinco y el
perro delante de una placa de mármol negro, señalándola con las manos para que
leyera. La leyenda decía: Aquí yace Osvaldo Santagata.