miércoles, 3 de septiembre de 2014

77 Accidente en Bogotá

Accidente en Bogotá
   Venía por la autopista. Lloviznaba. Anochecía  en Bogotá. De pronto, oí el ruido de una frenada. También frené alejado. Se abrieron las puertas y salieron cuatro jóvenes, dos chicas y dos muchachos. Las varones Hacían señas pidiendo algo. Acerqué el coche. Bajé. Con angustia me mostraron a un hombre en el suelo, a quien habían atropellado. Estaba vivo y requería urgente socorro. No sé cómo será en 2014, pero en 1985 nunca hubiera llegado una ambulancia. Pregunté: -¿Hay algún hospital cercano? Respondieron: - Sí, basta girar a la derecha y hay una salita sanitaria de campo. Les pedí que me ayudaran a subir al hombre. Lo pusimos en el asiento trasero y como la puerta no podía cerrarse sin dañarlo, el chico que iba conmigo adelante la sostenía con esfuerzo. Los compañeros del dueño del auto quedaron en la ruta para cuidarlo. El atropellado despedía el aroma del vino rústico.
   Enseguida llegamos. Nos atendieron bien. Dos enfermeros pusieron al herido en una camilla. Uno de ellos sacó del pantalón un fajo de billetes, pensando que nadie lo vería. En el simple hospital había un teléfono. El universitario llamó a su casa y a la policía. Pronto llegaron dos uniformados que tomaron nota de lo sucedido, los datos del muchacho y sus compañeros, y los míos, el testigo. Les pidieron que no se alejasen de sus domicilios. Luego, el único médico nos indicó que podíamos irnos porque ellos avisarían a la familia. Dejé mi tarjeta para que me avisaran cualquier novedad. Apenas llegué al CELAM, en mi oficina escribí lo sucedido en tres hojas que guardé en un sobre cerrado.
   La esposa me llamó al día siguiente. Lo habían trasladado a un hospital bueno de Bogotá. Fui a visitarlo y le dí los Sacramentos. Dos días después falleció el hombre, un ganadero pueblerino. Pedí la dirección. Fui hacia el Sur, a un pueblito cercano, pobre. Había mucha gente alrededor de la casa, que era en una esquina, con techo de paja y puertas bajas. Recé el Rosario y otros sufragios, que la gente acompañó con piedad. Los hijos me acompañaron y agradecieron el gesto de ir hasta ese suburbio humilde, un extranjero en Bogotá. Pasó un año. Había olvidado lo acaecido. Un día llega una citación para los tribunales. Fui munido del sobre lacrado. El juez me atendió rápido. Cuando le dije que había escrito y todo el mismo día y que estaba en ese sobre, lo abrió, leyó rápido el contenido y me despidió, diciendo: -Esto alivia mi tarea. Pocos días después me llamó el muchacho y me dijo que su familia me invitaba a almorzar. Lo habían liberado de cualquier mancha a su buen nombre.


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