Accidente
en Bogotá
Venía por la autopista. Lloviznaba.
Anochecía en Bogotá. De pronto, oí el
ruido de una frenada. También frené alejado. Se abrieron las puertas y salieron
cuatro jóvenes, dos chicas y dos muchachos. Las varones Hacían señas pidiendo algo.
Acerqué el coche. Bajé. Con angustia me mostraron a un hombre en el suelo, a
quien habían atropellado. Estaba vivo y requería urgente socorro. No sé cómo
será en 2014, pero en 1985 nunca hubiera llegado una ambulancia. Pregunté:
-¿Hay algún hospital cercano? Respondieron: - Sí, basta girar a la derecha y
hay una salita sanitaria de campo. Les pedí que me ayudaran a subir al hombre.
Lo pusimos en el asiento trasero y como la puerta no podía cerrarse sin
dañarlo, el chico que iba conmigo adelante la sostenía con esfuerzo. Los
compañeros del dueño del auto quedaron en la ruta para cuidarlo. El atropellado
despedía el aroma del vino rústico.
Enseguida llegamos. Nos atendieron bien. Dos
enfermeros pusieron al herido en una camilla. Uno de ellos sacó del pantalón un
fajo de billetes, pensando que nadie lo vería. En el simple hospital había un
teléfono. El universitario llamó a su casa y a la policía. Pronto llegaron dos
uniformados que tomaron nota de lo sucedido, los datos del muchacho y sus
compañeros, y los míos, el testigo. Les pidieron que no se alejasen de sus
domicilios. Luego, el único médico nos indicó que podíamos irnos porque ellos
avisarían a la familia. Dejé mi tarjeta para que me avisaran cualquier novedad.
Apenas llegué al CELAM, en mi oficina escribí lo sucedido en tres hojas que
guardé en un sobre cerrado.
La esposa me llamó al día siguiente. Lo
habían trasladado a un hospital bueno de Bogotá. Fui a visitarlo y le dí los
Sacramentos. Dos días después falleció el hombre, un ganadero pueblerino. Pedí
la dirección. Fui hacia el Sur, a un pueblito cercano, pobre. Había mucha gente
alrededor de la casa, que era en una esquina, con techo de paja y puertas
bajas. Recé el Rosario y otros sufragios, que la gente acompañó con piedad. Los
hijos me acompañaron y agradecieron el gesto de ir hasta ese suburbio humilde,
un extranjero en Bogotá. Pasó un año. Había olvidado lo acaecido. Un día llega
una citación para los tribunales. Fui munido del sobre lacrado. El juez me
atendió rápido. Cuando le dije que había escrito y todo el mismo día y que
estaba en ese sobre, lo abrió, leyó rápido el contenido y me despidió,
diciendo: -Esto alivia mi tarea. Pocos días después me llamó el muchacho y me
dijo que su familia me invitaba a almorzar. Lo habían liberado de cualquier
mancha a su buen nombre.
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