83 Visita al
hospital Italiano
Gustavo me avisó
que su papá estaba internado en el Italiano. Mi relación con los Ledwith había
sido bastante fluida mientras vivió Cristina Keogan. Luego, como suele suceder,
nos dejamos de ver.
Luis era el menor de los hijos. Lo conocí
cuando era adolescente y por eso, rebelde, en especial conmigo. Sin embargo,
presidí su matrimonio y fui varias veces a su casa cuando la familia recién
comenzaba.
Lo visité en el hospital. Me atendió bien,
según su estado. Dijo: -Estoy esperando una cirugía del corazón. Pregunté:
-Quieres recibir los sacramentos. Contestó calmado: -No. Ahora soy ateo.
Por entonces, 1974, vivía bastante cerca, en
la casa del jardinero de la Casa de Jesús. En la del capellán habitaba el
cardenal Aramburu. Así que pude hacer otras visitas a Luis. Me contaba la vida
de los demás pacientes de la sala, porque hacía más de un mes que guardaba cama
y conocía a casi todos. Sólo un día pidió: -Rezá por mi pues mañana me operan.
Dos días después, tarde de verano a
principios de 1975, fui a ver como andaba. Entre en la sala y vi el colchón
doblado en dos. Sentí angustia. Busqué a la hermana de la sala. Por suerte, la
encontré. Pregunté: -¿Dónde está el muchacho irlandés de esa cama? Retrucó:
¿Quién, el que me respondía el rosario de cada tarde, dando un ejemplo hermoso
a los otros? –Sí, seguramente ése. –Ya no está más aquí. Murió esta mañana.
Salí como borracho del hospital y cuando llegué a la calle brotó un torrente de
llanto desde adentro, imparable, inconsolable, que caía sobre mi ropa, y bañaba
mi rostro aterrado. No recuerdo haber llorado tanto, salvó cuando murió mi
hermano, veinticinco años antes. Luis se había ido haciéndome la última broma
de su vida.
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