78 El amor regala lo inesperado
Comía en casa de unos amigos.
Leona Center dijo al pasar que había invitado a una vecina muy querida a tomar
el café para conocerme. La reunión estaba tan animada que no medí sus palabras.
Cuando ya pensaba que nos iríamos a casa, apareció una mujer de
rostro cuidado, con algunos kilos de más según mi gusto, más alta que yo, emocionada y un poco perdida en el ambiente tan proclive a lo
clerical. Llegó y nos pusimos de pie para las presentaciones. Me miraba embobada.
No sé qué le habrían dicho o qué imagen se había hecho, el caso es que me
encontraba siendo el centro de atención, y me sentía aterrado. ¡Qué difícil es
entender los paradigmas de otra cultura y de otra lengua! Pronto Carolyn, que
de ella se trataba, dijo resuelta que era evangelista. Así que la conversación
cambió de rumbo y, sin quererlo, estábamos hablando de religiones, de
protestantismo, de culto y no sé cuántas cosas que a mí no me interesaban.
Sentía que necesitaba en ese momento de mi vida una experiencia espiritual y no
una charla sobre denominaciones cristianas. De cualquier modo, Carolyn Wolf
dijo que vendría a mi Misa algún día de la semana.
La vi desde lejos junto a un
hombre que calculé sería su esposo. Después del oficio la hice pasar al comedor
y les ofrecí té. Cuando volví con la bebida humeante, Carolyn me estaba
tendiendo una bolsita con una sonrisa pícara. Cada uno dijo: “¡Que la abra!
¡Que la abra!” Dicho y hecho. Abrí el paquete y ante mis ojos bien abiertos
aparecieron dos remeras de color blue
royal que tenían un logo bordado en blanco: St. Gabriel.
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