miércoles, 3 de septiembre de 2014

78 El amor regala lo inesperado

78 El amor regala lo inesperado
  Comía en casa de unos amigos. Leona Center dijo al pasar que había invitado a una vecina muy querida a tomar el café para conocerme. La reunión estaba tan animada que no medí sus palabras.
  Cuando ya pensaba que  nos iríamos a casa, apareció una mujer de rostro cuidado, con algunos kilos de más según mi gusto, más alta que yo,  emocionada y un poco  perdida en el ambiente tan proclive a lo clerical. Llegó y nos pusimos de pie para las presentaciones. Me miraba embobada. No sé qué le habrían dicho o qué imagen se había hecho, el caso es que me encontraba siendo el centro de atención, y me sentía aterrado. ¡Qué difícil es entender los paradigmas de otra cultura y de otra lengua! Pronto Carolyn, que de ella se trataba, dijo resuelta que era evangelista. Así que la conversación cambió de rumbo y, sin quererlo, estábamos hablando de religiones, de protestantismo, de culto y no sé cuántas cosas que a mí no me interesaban. Sentía que necesitaba en ese momento de mi vida una experiencia espiritual y no una charla sobre denominaciones cristianas. De cualquier modo, Carolyn Wolf dijo que vendría a mi Misa algún día de la semana.
   La vi desde lejos junto a un hombre que calculé sería su esposo. Después del oficio la hice pasar al comedor y les ofrecí té. Cuando volví con la bebida humeante, Carolyn me estaba tendiendo una bolsita con una sonrisa pícara. Cada uno dijo: “¡Que la abra! ¡Que la abra!” Dicho y hecho. Abrí el paquete y ante mis ojos bien abiertos aparecieron dos remeras de color blue royal que tenían un logo bordado en blanco: St. Gabriel.

   

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