En la estancia “La Querencia”
Tomó, pues, el Señor Dios a Adán (el hombre)
y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y
cuidase. (Génesis 2: 15)
Volvimos a la capital. Miramos los pastos amarillos por la sequía de
enero de 1989. Pasamos unos días en un campo. Allí criaban ovejas y terneros.
Aprendí mi duro quehacer: que jamás nos den las gracias. Debe ser el oficio de
hombre.
Aún resuenan los quiquiriquíes de
los gallos, los cacareos de las gallinas, las protestas de los cerdos, los mugidos
de los toros cansados, los piares de tijeretas y alondras, los arrullos de palomas torcazas y monteras, los relinchos
equinos, los ladridos de los perros, o la campana que llamaba a comer, o la
Misa de la tarde. Esos sonidos eran la fiesta de cada día, para mí.
Los muchachos – quien recuerda nombres ahora - iban a cabalgar, nadaban, o pescaban. Una vez
fueron al corral para el carneo de una oveja. A toda costa querían ver el
acople de un toro y una vaca. No me invitaban: es un ser superior, decían.
Entonces, cuidé el huerto.
Fui un repentino granjero de tomates que abrían el rojo, ajíes aún
rubios, zapallitos de verde negro y chauchas ávidas de resistir. Unos peones me
miraban con burla, ¿quién es el idiota que con un gorro raro
riega la quinta de mañana y de tarde, con tal seca? Era un rito unido a los salmos matutinos y
vesperales. Me dolían las malezas, sobre todo los hilos trepadores, que van
estrujando hortalizas, quitándoles la vida. Me duelen todavía.
Un guía, quintero baqueano, acepta con coraje y paciencia que crezca la
libertad de los demás. Detecta la maleza cínica, ¿y qué puede hacer? Es como
una madre que ve a su hijo grande dar malos pasos. Le basta saber que Dios lo
ama. Con las legumbres y verduras es diferente: tiene permiso para quitarlas.
Desconozco el
fin de sus historias. Poco después, se dejaron atrapar por los hilos subidores
de su mismo color y no aceptaron un quintero. Se hicieron parte de una nube negra, ellos tan brillantes cuando
estaban conmigo y me preguntaban. Dejaron las preguntas y de tanto hablar se
volvieron locos.