domingo, 2 de marzo de 2014

65-2 Tríptico del alma - Roma



Tríptico del alma (2)
Roma

   Ahora estás solo en Roma. Alguien[1] te ha ido a buscar. No sabes por qué te lleva a la Pineta Sacchetti, quizá para la cena. Habla, aunque no lo entiendes ya, tantas son tus sensaciones. Por fin, te deja en el Colegio Pío Latino americano de la Piazza Madonna dei Monti. Entras ese sábado a la noche en el sombrío edificio de 1600 que perteneció a los ucranios. Te asignan un cuarto minúsculo, en donde hay una cama, una mesa pequeña, un roperito, una pileta y una silla. También se luce una ventana grande de color verde. Miras hacia afuera y cierras enseguida porque ya han comenzado los vientos otoñales. Sientes una angustia desconocida. Ordenas tus cosas y, al fin, rendido, te quedas dormido. Te despierta un sonido de agua que corre. En tu letargo piensas que dejaste abierto el grifo la noche entera. Te yergues para cerrarlo, aunque no es la canilla la causante del rumor. Abres la ventana. Son las seis de la mañana. Ves a tus itálicos vecinos lavando sus autos con las aguas de la fontanina que fluye sin cesar en la Piazza. Cantan, silban o hablan sin parar como las mujeres solas en la cocina de donde han huido los varones. Después te enteras de que las piazze de Italia son sólo espacios abiertos entre calles en los cuales suele haber un manantial de agua. Y regresas a ti: “Cada día una sorpresa. Me tapo bien y sigo soñando un poco más. Total es domingo.”
   Por primera vez desde 1960 no tienes el deber de levantarte rápido. Y sueñas con el Agnus Dei cantado por Marga Höffgen en el teatro Colón. Y tu alma asciende. Estás en la Roma inmortal.


[1] Mons. Carlos H. Ponce de León, obispo auxiliar de Salta por entonces.

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