Tríptico del alma (3)
Londres
Es 1969 y
estás en Londres, esa ciudad de Agatha Christie[1]
y de Chesterton.[2] Te
alojas en la casa de los Cowley Fathers, cerca del Parlamento. En Irlanda, hace
un año, te eligieron directivo de la Societas
Liturgica.[3] Te han
convocado para una reunión del comité. El huésped, también directivo, es un
canónigo anglicano de la Westminster Abbey.[4]
Tienes treinta y cinco años y estás rodeado de siete personalidades del mundo
occidental nórdico: luteranos, viejos católicos, metodistas de Europa y los
Estados Unidos.
Le habías
pedido a Demare:[5] “Necesito
unas clases para participar en un Congreso en Irlanda, en la Glenstal Abbey de
Limerick,[6]
en septiembre próximo. Podemos leer algún clásico…” El sabio y calvo maestro te puso sobre la
mesa un libro de inglés para jardín de infantes o primer grado. Estás
fastidiado aunque te enseña, hasta el cansancio, las frases pulidas que se usan
en la mesa o en triviales conversaciones por el parque.
Llegas a
Irlanda muy sensible: un argentino solo en medio de gente que se conoce por sus
viajes, conferencias, publicaciones y cercanía intelectual. Sin embargo, desde
el primer momento usas las frases pulidas y te ganas a la gente. Admirados te
preguntan si eres francés o alemán, como interrogaban a Eliza Doolittle la
florista de Covent Garden[7],
después de que el profesor Henry Higgins la convirtió en princesa húngara.[8]
Te llega el turno de dirigir un breve discurso de diez minutos a la asamblea.
No te das cuenta de que estan embobados oyéndote y que habrías podido superar el
tiempo acordado. Ni escuchas los aplausos que a nadie dirigieron porque hablas
sin leer con soltura y una voz espléndida. Te parec que has conferenciado en
inglés desde siempre. Sólo comprendes el efecto de tus palabras cuando te votan
para la comisión directiva.
Entras ahora
a la Jerusalem
Chamber, el lugar soñado, al cual accede sólo el arzobispo de Canterbury y
sus consejeros. Te parece estar en el s. XVI, tan alto y fornido es el sillón
de tapestry en el cual te sientas, y
tan bello es el sitio. Es un salón raras veces ocupado, como la sala del trono
de algún señor feudal, decorado con muebles de marqueterie y herrajes con molduras de oro y tapices inigualables.
Y conversas allí como si fuera el living de tu casa, y tus hermanos te oyeran
con gusto, y tomas el té en porcelanas seculares y recuerdas al pícaro Demare
que era ateo y, más adelante, te mandó a llamar cuando se moría y le diste la
paz que anhelaba. Y te sientes pequeño ante la grandeza de aquel hombre.
Tienes la ocasión de sentarte en un escaño de
canónigo con el respaldo labrado en maderas sutiles para oír al coro de niños
de la abadía. Y puedes tocar la silla del san Eduardo[9]
y ver esculturas y tumbas que otros nunca verán. Te sacudió el alma observar la
placa de tu admirado Charles Dickens que descansa allí junto a reyes y
princesas. Fuiste con el grupo a la capilla Saint Margaret, donde van a misa
los de la casa real, hasta que tantos escándalos los dejan solos y les disgusta
no poder lucir sus sombreros. Visitas la ciudad y vas a los conciertos de Saint Martin-on-the-Fields. El British Museum te deja estupefacto cuando adviertes objetos
de tu país que saca su nombre de un noble metal. Te indignas al contemplar los
setenta y cinco metros de mármoles del mucho más largo friso del Partenón
traído, junto con 17 de las 92 metopas, por Lord Elgin desde Atenas, entre 1801
y 1805. Subes a buses y trenes con estaciones parecidas a las de tu patria. Tomas
el té en cualquier cafetería, porque es tan bueno como el de la Jersualem Chamber. Y estás en esa
Londres gris y mortecina, que ya ha
dejado el sol del verano. Y tu alma también se siente con brumas e interrogantes
porque buscas la racionalidad de las cosas y hallas muchos absurdos. Vuelves a
Buenos Aires, y quieres contar lo
vivido, pero allí tampoco ha llegado el tiempo de entender y guardas con dolor,
hasta hoy, aquellos recuerdos.
[1] Novelista de crímenes, 1890-1976.
[2] Gilbert K. Chesterton, famoso controversista
anglicano, convertido al fin de su vida al catolicismo, 1874-1936.
[3] Sociedad ecuménica par los asuntos del culto cristiano.
[4] Es la fundado por el rey San Eduardo.
[5] José Demare, antiguo profesor del IADEI, en Flores, y del
Colegio Militar.
[6] Cerca del aeropuerto de Shannon, el más
occidental de Europa.
[7] Famoso teatro de Londres junto al cual está el
mercado central de la ciudad.
[8] El mito de Pigmalion. Bernard Shaw escribio
Pigmnalion con la historia filmada en My
fair lady por George Cukor en 1964.
[9] Rey de Inglaterra de 1042 a 1066. Fundador de la
Abbey.
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