En Catalunya
Ir a Catalunya y no visitar Tamariu, es como
ir a Roma y no conocer la basílica de la colina vaticana. Se revistió de coraje
y se metió entre catalanes. Tan mal no le fue. Conoció a uno de los primeros
pobladores del ahora lugar de veraneo, el “Señor” Massuet y su esposa amante de
los merengues italianos, y a otros
“señores” de Barcelona, los Robreño, que eran un poco menos notables que el
primer señor. No le gustó vivir en Tamariu y se hospedó en Palafrugell, porque ingresaba cada mañana a un kiosko de
diarios y revistas espléndido, a un bar sólo para cojonudos clientes en donde
podía estar cuanto quisiera, aunque tolerando el humo de habanos cubanos que
pensaban era sólo para parroquianos.
A Pablo se le ocurrió llevarlo a las escasas
arenas, la celebérrima cala de Tamariu. Aceptó de mala gana, no por la playa,
sino porque siendo un ave nocturna por su obsesión por las letras, el Lorenzo
tan intenso, lo hartaba.
Maligno el huésped, pues le puso una trampa
al amigo sudaca. Cada día es igual, aunque cada día trae una sorpresa. Jamás hubiera
imaginado el visitante que muchas viejas fruncidas de piel,
esferoidales de perniles, anduviesen con unas ubres torrenciales, caídas al
aire. Y menos que una de ellas, tuviese un tatuaje de flores rojas debajo del
ombligo.
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