domingo, 15 de septiembre de 2013

Guía para hallar lo perdido


Guía para perdidos

  Julieta no podía soportar a su papá. La corregía sin cesar. Para él, en cada cosa faltaba cinco para el peso. Tenía tanto fastidio que apenas pudo se fue a vivir sola impulsada por el demonio de la tristeza. Se calmó y desde lejos mantenía una relación respetuosa. Ellos pensaban aún que Julieta era un plato de vitrina que no se usó ni para poner una fruta.
  Una vez al año debía ir a su casa natal para el cumpleaños de su mamá. Se sentía tan acongojada. Su hermano y su cuñado también iban con el sobrino de cuatro años, a quien habían regalado un cachorro.
  Con el chico y el perro, Julieta fue al césped del fondo. Sacó la correa y el cuzco salió disparado como una criatura en desvelo. Creía el animalito que había llegado al cielo. La mamá pronunció las palabras rituales: “Vengan a comer y traigan al perro”. La mascota seguía asaltando plantas, mientras ellos trataban de sujetarla.
  Salió el padre al patio, pidió la tira de cuero, se sentó en un banco y dijo: “No se muevan”. El perrito pensó que había terminado el juego. Se acercó al hombre y se arrodilló en signo de acatamiento, y este le puso la pretina. “Se hace así” aseguró. Julieta se enojó: “Otra vez no sirvo”.
  Después de la comida y antes de la torta, decidió salir de nuevo. Esta vez llevó al sobrino y al perro a la calle. El chiquito sacó la correa y el cachorro inició una carrera alocada entre coches estacionados. Querían detenerlo y él jugaba como un loquito.
  Entonces Julieta tomó al nene y se sentaron en el cordón de la vereda. Dijo: “No te muevas”. El perrito volvió. Le pusieron la cuerda, se levantaron y caminaron hacia el frente de la casa.
  En el ventanal de adelante estaba el padre con una gran sonrisa y levantando el pulgar y el brazo, hablaba: “Muy bien”. Julieta deshojó en su pecho todo el árbol de la risa posible. Y se amistó con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario