domingo, 22 de septiembre de 2013

El contador prudente



El contador prudente
  No se imagina uno que el magazine America pueda publicar un viril comentario erróneo a una parábola de Jesús (America, n. 5021- 9-16.IX.2013). Es tan confuso lo que escribe John W. Martens, que hube de fijarme en otros comentarios, cuya larga lista no voy a transcribir. Se trata de la parábola del “contador prudente” – a quien todos llaman “deshonesto” o “injusto” - en Lucas 16:1-8a. Finalmente me topé, Dios provoca maravillas y confusión, según dice Borges, con un librito editado en 1981 por Madeleine I. Boucher, una profesora de la Universidad Fordham. La dama inteligente no se confunde y lee  la parábola de modo correcto.
  Se trata del administrador nombrado por un hombre rico, que viaja por el Oriente disfrutando de la vida. Según el derecho judío ese personaje actuaba como quería con las riquezas de su patrón. Por eso, pícaro el hombre, cobra usura sin usar dinero. Entre judíos es una grave falta cobrar usura a un compatriota; con otros vaya y pase. El contador inteligente no calculó que sus compañeros lo iban a denunciar y que el rico propietario lo despediría. Una crisis, como las pasamos tantos, o un laberinto oscuro, del cual hay que salir o morir.
  El administrador encontró la solución: la usura que cobraba bajo cuerda, para su propio peculio era en bienes fungibles: barriles de aceite y cargas de trigo. Hace firmar nuevos pagarés a los deudores, quitándoles la usura escondida en los firmados al principio. Jesús alaba al tipo, porque obró con prudencia.
  Aquí es donde se pierden los comentaristas, aunque no la señora antes mencionada, que de parábolas es una experta y después de treinta y dos años habrá dejado de ser adjunta y tendrá su cátedra, si Dios no la llamó ya a su Reino. Confunden esos expertos cojonudos al patrón rico con el “señor” que aparece en el versículo 8a. Ese “señor” es nada menos que Jesús. Y este Jesús, a contramano de lo que dicen todos, alaba al contador prudente. Y enseña a sus discípulos que hay que tener semejante viveza para las cosas del Reino, o sea, usar el dinero para los planes de Dios, sin ser sus esclavos.  Mejor quedarse sin la ganancia espuria que cavar la tierra o pedir limosna. Mejor entrar al Banquete usando el dinero sucio para buenas obras, aunque te tomen el pelo (a veces).
  Mamá me decía a veces: “Ayer vino tu hermano menor (o mayor) a visitarme”. Decía yo: “Me alegro que sean buenos  hijos”. “Sí – continuaba ella – vinieron a pedirme plata”. “¿Y vos les diste?” “Claro, no importa que sean ricos, ¿quién me dice que no estén pasando una crisis? Total, mientras no se metan con los otros a quienes ayudo, a ellos también les toca. Yo rindo culto a Dios, no al dinero”. No era exégeta esa madre prudente. Sabía más del Evangelio que muchos eruditos.

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