martes, 10 de septiembre de 2013

Un hombre ordinario como nosotros



Un hombre ordinario como nosotros

   La familia de Juan Antonio era muy rara. Su papá vivía separado y era alcohólico. La hermana mayor se había juntado tres veces (un hijo de cada uno, por supuesto). La menor estaba casada con un vago. El hermano que quedaba era drogadicto. Vivían en la misma casa.
   La madre llamaba a Juan  Antonio cada dos por tres para lamentarse de sus hermanos y decirle que a ella – ¡pobre! – nadie la ayudaba.
   Juan estaba casado hacia veinticinco años. Era un esposo fiel y buen padre de sus cuatro hijos. Había triunfado en su profesión. Además, estaba dispuesto a ayudar con  plata o palabras o cartas, cuando la señora Llorens o los hermanos andaban necesitados. Eso sí, no lo invitaban a visitarlos. 
   Claro, nunca se les ocurrió darle las gracias. Decían: “El es el rico”. Y pensaban que tenía el deber de socorrerlos. De pronto, nominaron  a Juan Antonio el mejor vecino del año. El los invitó a la gran fiesta, aunque su familia, con dignidad, se negó a ir.
   Alegaron: “Le gusta mandarse la parte. A lo mejor coimeó ese premio. ¿Cómo van a dar una recompensa para gente especial, si Juan es como nosotros?”

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