El
cura Brochero
Desde el 14 de septiembre de 2013, Brochero es Beato. La Iglesia, de modo infalible ha decidido que los católicos pueden invocarlo como
santo.
Sabían los argentinos que aquel hombre era santo, antes de esta
decisión. Esa santidad sin teatro quedó
de manifiesto de mil modos sutiles en acojonadas fábulas.
Le
había tocado en suerte para su confusión y maravilla – era obra de Dios, como dice Borges – ser párroco de la
Tras-la-sierra cordobesa. Lo mandaron
al fin del mundo, para que encauzara
sus ansias de acción en colinas monótonas y salvajes, como la gente. En la
Docta ciudad de Córdoba estaban bien templados para que viniera un Gabriel a
meterlos en el laberinto del Evangelio. Tenían suficiente esos insignes
provincianos con ese otro Gabriel que puso a María en aquel laberinto, del cual sólo se sale por la
súplica, como el rey de Arabia.
Se
alegra Villa Luro con esta beatificación, preparada a los tumbos, pues su
parroquia usa el nombre del Arcángel para recordarlo a él. Contento queda el
párroco que hace treinta años escribió el librito – oh paciencia de Dios – que
recién sale de las máquinas, mientras los entendidos piensan: “¡Qué veloz es
este tipo!”
Satisfechos están los comunes sacerdotes de la Iglesia, en la cual ya no
hay “curas brocheros”, porque interesa lo que hacen los obispos, o bien el
papa. Son los varones que dejaron las
cosas materiales por las espirituales
para volver a las primeras, pues se les ha pedido tanto que han decidido
consagrarse a administrar edificios y cuidar su auto (pace Aguer).
Brochero también tendría auto si viviese hoy, y ¡cómo lo cuidaría! Ni
imaginó aquel elegido, que hubiese podido hacer en unas horas lo que en tiempo
pretérito tardaba dos días para ir y volver de dar la Extremaunción a un
moribundo. Ni sospechó que a los malevos a quienes él convertía a Jesucristo,
ahora se los redimiese rápido para que reanudasen sus fechorías, y tuviesen que
esperar no el premio, sino el castigo divino.
¡Beato el malhablado, insufrible para los ibéricos servidores de la Sede
apostólica! (¿Cómo va a decir un santo: “Jodete, diablo”?) ¡Beato el burlón
cura! ¡Beato quien hacía trabajar a medio mundo: con una ventaja, entonces no
le escapaban con excusas! ¡Beato quien recordaba los Diez mandamientos y los
Cinco preceptos, y no había quien pensara “seguro que los inventó él”!
¡Beato
cura Brochero reza por mí, y si te sobran ganas, por quienes amé y amo!
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