martes, 10 de septiembre de 2013

El cura Brochero



El cura Brochero
  Desde el 14 de septiembre de 2013, Brochero es Beato. La Iglesia, de modo infalible ha  decidido que los católicos pueden invocarlo como santo.
   Sabían los argentinos que aquel hombre era santo, antes de esta decisión. Esa  santidad sin teatro quedó de manifiesto de mil modos sutiles en acojonadas fábulas.
   Le había tocado en suerte para su confusión y maravilla – era obra de  Dios, como dice Borges – ser párroco de la Tras-la-sierra cordobesa.   Lo mandaron al fin del mundo, para que encauzara sus ansias de acción en colinas monótonas y salvajes, como la gente. En la Docta ciudad de Córdoba estaban bien templados para que viniera un Gabriel a meterlos en el laberinto del Evangelio. Tenían suficiente esos insignes provincianos con ese otro Gabriel que puso a María en aquel  laberinto, del cual sólo se sale por la súplica, como el rey de Arabia. 
  Se alegra Villa Luro con esta beatificación, preparada a los tumbos, pues su parroquia usa el nombre del Arcángel para recordarlo a él. Contento queda el párroco que hace treinta años escribió el librito – oh paciencia de Dios – que recién sale de las máquinas, mientras los entendidos piensan: “¡Qué veloz es este tipo!”
  Satisfechos están los comunes sacerdotes de la Iglesia, en la cual ya no hay “curas brocheros”, porque interesa lo que hacen los obispos, o bien el papa. Son los  varones que dejaron las cosas materiales por las espirituales  para volver a las primeras, pues se les ha pedido tanto que han decidido consagrarse a administrar  edificios y cuidar su auto (pace Aguer).
   Brochero también tendría auto si viviese hoy, y ¡cómo lo cuidaría! Ni imaginó aquel elegido, que hubiese podido hacer en unas horas lo que en tiempo pretérito tardaba dos días para ir y volver de dar la Extremaunción a un moribundo. Ni sospechó que a los malevos a quienes él convertía a Jesucristo, ahora se los redimiese rápido para que reanudasen sus fechorías, y tuviesen que esperar no el premio, sino el castigo divino.
  ¡Beato el malhablado, insufrible para los ibéricos servidores de la Sede apostólica! (¿Cómo va a decir un santo: “Jodete, diablo”?) ¡Beato el burlón cura! ¡Beato quien hacía trabajar a medio mundo: con una ventaja, entonces no le escapaban con excusas! ¡Beato quien recordaba los Diez mandamientos y los Cinco preceptos, y no había quien pensara “seguro que los inventó él”!
   ¡Beato cura Brochero reza por mí, y si te sobran  ganas, por quienes  amé y amo!

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