Una foto
Veinte cuerpos
pegados al suelo y vestidos con una mortaja blanca, no se mueven. No se ve el
techo, tan alto es el lugar. ¿Será un sepulcro olvidado de la máquina? En la última
fila el primero es un joven frágil. El hombre enfocado parece tener un cuerpo
resplandeciente. No se nota una arruga en su bata inmaculada. El muchacho está drogado o en éxtasis. ¿Quién lo dejó así,
con el vientre y los genitales pegados en el gélido mármol, que a la sazón
había allá. Las manos están debajo de la boca, por eso el torso está un poco
más elevado.
¿Qué hacen esas
mejillas inertes en ese lugar? ¿Serán como los cadáveres de las víctimas de
Cromagnon o Plaza Miserere, puestos uno junto a otro? ¿O los morochos y rubios
soldados de las Malvinas? No se nota diferencia, sino en la veste que los cubre
y la mayoría de las suelas nuevas.
Es una foto en
blanco y negro, miedosa del color, y del
video. Falta sonido. ¿Podrá alguien imaginarse, qué poesía luctuosa entonan
para esos despojos? Sin embargo. no se siente que estén próximos a la
sepultura. Más bien, forman parte de un ritual
misterioso en el cual, quienes deben dar
vida a otros, pasan por esa especie de tránsito. ¿No será algún drama sacro,
representado por hábiles actores?
¡Qué foto
áspera! Nadie puede dejar de mirarla, pues podría ser que algún baqueano
descubriese un signo vital en esas carnaduras desguarnecidas que yacen así.
¿Habrá algún músico que, no sé bien con cual artificio secreta, pudiese conocer el envoltorio melódico de esas formas casi inmateriales?
Sus manos se resisten a colocarla otra vez junto a los recuerdos de su madre. ¿Cómo
logró ella esa foto? Querían un
fotógrafo. No se los permitió. Les había dicho que los eventos culminantes no
precisan fotos. Basta la consciencia memoriosa del sujeto que, si bien
fértil, se presta a tal agonía que lo deja sin mujer e hijos.
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