jueves, 22 de agosto de 2013

Historia congelada



Historia congelada

  El anciano temblaba de frío cuando salió de la casa y entró al auto. Viajaron media hora hasta una avenida flanqueada por árboles llenos de ramas secas. Comenzaron a caminar, el viejo con la ayuda de un bastón. La mujer, a causa del viento helado, se puso un pañuelo pardo que le tapaba un poco el cabello desteñido.
  Las frutales mujeres que iban al caserío de los ricos, ya lo conocían de otras veces, pues las saludaba amigable. Por eso, no se reían de su estrafalario gorro negro y de su aspecto de monstruo salido de alguna película de vampiros. Por si fuera poco se había puesto la capucha del saco sobre el gorro…
   Vieron desde lejos que llegaban unos chicos y comenzaban una especie de precalentamiento, según le dicen. Se movían hacia abajo, luego corrían  en redondo. ¿Quiénes eran esos muchachos que se ejercitaban de modo veloz y en simple camiseta, tan temprano, en la mañana más frío del año?
   La mujer insistía: “Otra vuelta”. Conversaban sobre una tal Ana que había escrito un libro atrapante. Justo había acabado ella una novela de Moravia la noche antes. Se iban acercando a los mozos. No eran tan chicos. Serían veinteañeros.
   El anciano se acercó y sin pedir permiso los envolvió con su voz entibiada por la marcha: “¿Siete felici con quello che fate, ovvero è un semplice obbligo?” La mujer no alcanzó a decirle que estaba loco. Emergió  una voz itálica: “Siamo molto felici. Siam’ venuti di Campobasso. Lei da dove è?”
   “Sono de Sibari, Cosenza”. “Va bene, un sibarita. Chi ce lo direbbe?” Luego siguieron hablando con la mujer. Eran jugadores de fútbol haciendo gimnasia  fuera del sindicato, en un pobre prado.
    El  viejo ya no los escuchaba. Pensaba tan sorprendido como ellos: “¿Qué ángel me insinuó que les hablase en italiano?” Prosiguió la tercera vuelta. Ella hablaba ahora de percepción, intuición y vaya a saber que otra magia usada por el hombre, en tan inusitada escena. Gozaba pensando contar la escena a sus hijos.

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