Dráculas caseros
Nunca
imaginó que su hijo Rodrigo pudiera organizar las vacaciones de invierno con
semejante ojo. Como en el colegio sólo andaba por los seis, pensó que dejaría
las cosas al azar. Notó que no había encarado nada religioso, si bien tenía un
raro lazo con el cura.
Se hizo un
cuadro con horarios y lugares desde el despegue de las sábanas hasta la noche. Mucho deporte y
salidas vaya a saber uno bien adónde. Había pasado los quince y, si se
interesaba por las pibas, lo guardaba en la despensa. El padre se interrogaba por
qué andaba con pocos cuates. Incluso que algunas salidas las hubiese marcado
con su hermano, seis años menor.
Llegó al
ocaso de los días libres, y como sólo hizo lo que se lo dio la gana, acabó
molesto. No le importaron las migajas congeladas, ni el gorro fachoso que llevaba, ni los piquetes. Fue adónde quiso y el padre ni chistó. La víspera del lunes el chico se sintió
morir. Nada había leído, nada estudiado,
nada escrito, nada rezado. Lo peor: estaba rodeado por un rosario de sueños
rotos y sucios recuerdos. El domingo a la noche tuvo arcadas y lanzó. Con el
agua de la ducha se mezclaba una lluvia de lágrimas, pues pensaba que así
quedaría limpio. El espejo le negó la suposición. ¿Para qué había aceptado destrozar dos tallos erguidos que estaban por
dar su flor? Luego que Pedro, Gaspar, y Cristian descarrilaron, lo habían
empujado. Eran sus amigos del fútbol y él era el más alto con cara ingenua y más
pinta. Ahora las lágrimas y la sangre de las chicas vulneradas lo envenenaban,
a él que ansiaba un amor con dos alas.
Alicia se
dio cuenta del agobio de su hijo mayor. Le había dado su venia y aceitado su
mano. Ahora se culpaba por no haber aconsejado al muchacho. ¿Por qué pensó que ayudar a su hijo era sepultar su aliento?
Se preguntaba: “¿Qué pasará ahora?”
Rodrigo
dijo: “Mañana voy a confesarme”. Los padres
lo estudiaron con tiento: “No hiciste
nada malo”. Contestó con bronca: “¿No
entienden lo que hice? Tuve quince días de fortuna. Ahora necesito el remedio agrio
y largo que me dará Monse. Saben una cosa: en estos días apagué mi luz para no ver
nada.
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