jueves, 22 de agosto de 2013

Iniciación de los niños Pueblo



Iniciación de los niños Pueblo (New Mexico)

  Sucede una vez al año, el 26 de julio. Los jefes con sus bastones y tres chamanes con sus estuches de cuero y varitas están en una enramada. Hay un altarcito con la imagen de santa Ana. Ante ella un tazón con polvo.  Ponen unas doce sillas. Me dejaron sentar junto a ellos, pues el obispo que había celebrado un oficio reservado a los mandamás de la tribu no estuvo. Nadie se movía de su lugar, el día entero. Tampoco yo. Los miembros de la tribu venían a ofrecer – ése era el polvo - una pizca de harina de maíz blanco a la santa.
  Frente a los jefes un ruedo inmenso sirve para las danzas rituales que duran horas. El calor violento sofoca. Nos traen agua. En el centro del ruedo varones con grandes palos, tambores y flautas, acompañan la letanía inacabable de los cantores. Mujeres, muchachos y chiquilines avanzan con pasos medidos en esa danza que  era oración y gesto a la vez. Los chicos van con pantalones blancos y una cola de zorro colgando atrás. El torso aceitado. En la muñecas unos dijes de cuero. Los rostros pintados con rayas negras y rojas. Las muchachas con sandalias de cuero blanco y una túnica ajustada al cuerpo. En los tobillos, cascabeles. En las manos, panderos. Todos con unas mitras bellísimas. Miran hacia adelante y nadie logra hacer que muevan su cabeza, aunque los llamen  por su nombre. El conjunto es un misterio tremendo, tanto más que los cantares varoniles son en keres, la lengua de los indios “pueblo”. Entonces el candidato a gobernador de las tribus, se quita su collar de zafiro y lo coloca alrededor de mi cuello.
  Aparecen unas figuras terribles vestidas como águilas y con larguísimas cabelleras por atrás y por delante. Representan a los ángeles que visitan la aldea. Atónito, quiero verles la cara. Bailan de tal modo que mi deseo se frustra. De pronto, se detienen, se acercan los chicos más grandes y les cuentan relatos secretos, los asustan con sus máscaras y, luego, los empujan al baile rezado.
  Después veo como los niños de la aldea son llevados a la kivá. De adentro se oyen voces invitando  a las águilas a entrar. Entonces, mientras  ingresan a la kivá, las águilas se quitan las caretas y los tapujos – no lo veo, me lo cuentan. Así por primera vez en su vida los niños asombrados, que han oído los arcanos de la “iniciación”, descubren que las águilas o ángeles son los varones de la aldea.
  Es preciso pasar por ese “desencanto” para madurar, sino quedan infantes para siempre. El misterio es hermoso. Sin embargo, no deben confundir los signos con lo Sagrado. Para entrar en la fe auténtica hay que plantearse la inabarcable pregunta: ¿”Cómo es Dios”? Poco a poco entienden que Dios no es el azotador implacable, sino el Padre amoroso que llega – aún a último momento - para darles el abrazo que tanto ansiamos en la vida.

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