Iniciación de los niños
Pueblo (New Mexico)
Sucede una vez al
año, el 26 de julio. Los jefes con sus bastones y tres chamanes con sus
estuches de cuero y varitas están en una enramada. Hay un altarcito con la
imagen de santa Ana. Ante ella un tazón con polvo. Ponen unas doce sillas. Me dejaron sentar
junto a ellos, pues el obispo que había celebrado un oficio reservado a los mandamás
de la tribu no estuvo. Nadie se movía de su lugar, el día entero. Tampoco yo. Los
miembros de la tribu venían a ofrecer – ése era el polvo - una pizca de harina
de maíz blanco a la santa.
Frente a los
jefes un ruedo inmenso sirve para las danzas rituales que duran horas. El calor
violento sofoca. Nos traen agua. En el centro del ruedo varones con grandes palos,
tambores y flautas, acompañan la letanía inacabable de los cantores. Mujeres, muchachos
y chiquilines avanzan con pasos medidos en esa danza que era oración y gesto a la vez. Los chicos van
con pantalones blancos y una cola de zorro colgando atrás. El torso aceitado.
En la muñecas unos dijes de cuero. Los rostros pintados con rayas negras y
rojas. Las muchachas con sandalias de cuero blanco y una túnica ajustada al
cuerpo. En los tobillos, cascabeles. En las manos, panderos. Todos con unas
mitras bellísimas. Miran hacia adelante y nadie logra hacer que muevan su
cabeza, aunque los llamen por su nombre.
El conjunto es un misterio tremendo, tanto más que los cantares varoniles son en
keres, la lengua de los indios
“pueblo”. Entonces el candidato a gobernador de las tribus, se quita su collar
de zafiro y lo coloca alrededor de mi cuello.
Aparecen unas
figuras terribles vestidas como águilas y con larguísimas cabelleras por atrás
y por delante. Representan a los ángeles que visitan la aldea. Atónito, quiero verles
la cara. Bailan de tal modo que mi deseo se frustra. De pronto, se detienen, se
acercan los chicos más grandes y les cuentan relatos secretos, los asustan con
sus máscaras y, luego, los empujan al baile rezado.
Después veo como
los niños de la aldea son llevados a la kivá.
De adentro se oyen voces invitando a las
águilas a entrar. Entonces, mientras ingresan
a la kivá, las águilas se quitan las
caretas y los tapujos – no lo veo, me lo cuentan. Así por primera vez en su
vida los niños asombrados, que han oído los arcanos de la “iniciación”,
descubren que las águilas o ángeles son los varones de la aldea.
Es preciso pasar
por ese “desencanto” para madurar, sino quedan infantes para siempre. El
misterio es hermoso. Sin embargo, no deben confundir los signos con lo Sagrado.
Para entrar en la fe auténtica hay que plantearse la inabarcable pregunta:
¿”Cómo es Dios”? Poco a poco entienden que Dios no es el azotador implacable,
sino el Padre amoroso que llega – aún a último momento - para darles el abrazo
que tanto ansiamos en la vida.
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