Campamentos
El tren avanzaba
moroso, sensible al paisaje yermo. Se olvidaba de la alegría que reinaba en sus
vagones. Los chicos piaban como pájaros que ven llegar a sus padres. Afuera el
desierto, adentro la bulla. Vino la noche y con ella los sueños.
Cuando
vi a los pichones acomodados, salí del coche. Era un tren de los que tenían una plataforma con barandas y
escalerillas a ambos lados. La tiniebla era espesa como grasa, y ansiaba yo descansar del alboroto juvenil.
Me apoyé junto a la puerta. Poco a poco divisé las formas. Había una sombra en
la escalerita de la tarima vecina, bloqueada por el rumor de mi salida. Hola, dije. El bulto siguió insonoro. Me
senté en el rellano con los pies al aire. El otro me reprochó: ¿Para qué vino? Saqué un sonido nasal.
Las nubes comenzaron a descargar sus aguas. La silueta habló: Quería cortarme la trama y dejar mi vientre
pegado al polvo. ¿Para qué seguir sin el calor de un nido, aunque viva en un
palacio?
Hagamos un pacto,
dije al chico. Sigues hasta los lagos y
las cumbres por esta quincena. Al regreso, si quieres, estaré junto a vos
cuando te arrojes. Volvimos en el mismo tren. Me buscó y con flores en su
rostro me espetó: Esta noche sólo
conversamos.
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