Episodio del
amigo
No sé yo bien como se originó mi fuga. Era cobarde y repugnante, y lo
ocultaba como el árbol esconde su savia en invierno, disfrazado de sequedad. Ni
pensar que alguien descubriese mi máscara.
Entonces, apareció un amigo entrañable a quien entregué mi
secreto. Le tenía tanta confianza que le fui contando cada intento de evasión.
Llegó así a conocer los nudos roñosos de mi madera: venganzas, envidias,
rencores, iras, avaricias, lujurias y mentiras. Eran huidas que quedaban a
nivel del deseo, pues la cobardía me impedía ejecutar nada. Descargaba así mi
podredumbre hacia los enemigos, según el modo del psicoanálisis tajante, pues
quien escuchaba nada decía. Esperaba así
librarme de seguir corriendo. A veces
presentía que la huida era el amo. Mi hice adicto al cine. Era la fuga perfecta
porque las figuras de la pantalla carecen de cuerpos. Crecí entonces inseguro y
esclavo de mis fantasmas en sábana y monstruos escritores. Me ilusionaba con
cualquier posibilidad. Me deshacía y desintegraba y volvía a construirme. Dejé
de pensar en el pasado, y no me interesaba el horizonte. Mi miedo era tan
gigantesco que vivía acurrucado. Nada me remordía.
Un día sentí escalofríos por los huesos y temblaron mis
entrañas. De golpe dejé lo posible y entré
en lo real. En una vidriera se mostraba un libro recién salido. La
portada me hizo abrir los ojos: “Historia de un infeliz”, y el autor era el
amigo y confidente que dije: el monstruo con mi apellido. Tantos años huyendo y
esperando, y ahora el enemigo estaba en mi propia casa.
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