57 Todavía
cantamos
Queremos darles a conocer, hermanos, la gracia que Dios ha otorgado
a las Iglesias de Macedonia.
Pues probados por muchas
tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza
han desbordado en tesoros de
generosidad. 2ª Corintios 8: 1-2
La economía nacional estaba en tinieblas. Los días presagiaban la
negrura que luego vivimos. De un día para otro, por decreto, la devaluación dejó en la ruina a la gente. Era 1975.
En Buenos Aires los rostros de los caminantes denotaban la rabia y la
angustia. Sólo se hablaba de eso por doquier. O bien, se guardaba silencio como
en los duelos.
Los de Jesús de la Buena Esperanza no nos desanimamos y algunos viajamos
a Santiago del Estero en auto para buscar a unos niños que necesitaban
tratamiento médico en la capital. Largo viaje, rico en paisajes de toda clase,
hasta que llegamos al polvo y al olvido.
Los santiagueños: mistoleros, los llaman por la flor, son amables y
tranquilos, sufridos y sufrientes. Viven en una de las provincias más pobres de
nuestro país.
Nos recibieron con entusiasmo y atenciones. Alegraron la visita con sabrosas empanadas, en las que
después del primer bocado despuntaba el verde, el rojo o el blanco de sus
ingredientes. Las acompañábamos con un vinito amarillo claro tomado
sobriamente. Inicié una conversación con los mayores mientras, las mujeres, se
afanaban haciendo unos pastelitos de hojaldre y los jóvenes cantaban bajo un
árbol de enormes hojas verduscas cuyo nombre no recuerdo. Por supuesto, la
charla tuvo que llegar a la economía. Dije muy ufano:
-
En la
capital, estamos muy mal ahora. La gente ha quedado sin sus ahorros y se nota
la crisis. Me imagino cómo estarán ustedes aquí…
Se callaron todos y hasta la música cesó. Un muchacho grandote de unos veintitantos
años quizá, que miraba su guitarra y sonreía con picardía, contestó
humildemente:
Mire padre… Siempre hemos vivido en la miseria. También
ahora. Hay una diferencia… ¡Todavía cantamos!
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