domingo, 12 de enero de 2014

54 Una ciruja




54 Una ciruja
Lo que quieran que les hagan los hombres, háganselo ustedes también.         (Mateo  7:12)


   Solía ir a la playa antes de las 10 de la mañana para limpiarla. Si, si, para limpiar la parte de la playa que el personal de carpas y sombrillas no hacía: la parte popular. Poca gente iba temprano y podía hacer mi trabajo con un sol apacible.
   Buscaba botellas de cerveza vacías, potes de yogur tirados, diarios viejos, y cuanta cosa inútil dejaban algunos turistas noctámbulos.
   Una vez llegó una familia. Era cinco personas. Me di cuenta de que iban a pasar el día en la playa. Los niños hacían castillos de arena cerca de donde descansaban las  olas.
   A lo lejos, apareció una anciana conocida por el pueblo, aportando, con sus canosos cabellos al aire, un aire melifluo. Vestía ropa desaseada y harapienta. Hablaba sola mientras que, en su locura, iba recogiendo obsesionada, latas atrevidas  y vidrios rotos  que incorporaba, decidida, en una bolsa de dudosa pulcritud. Las astillas del sol le atraían, parecía que su voz chocaba con ellas mientras repetía: "Le hacen mal a los niños. Le hacen mal a los niños."
   Ignorando sus palabras, los padres advirtieron a sus hijos: "No se acerquen a esa vieja pordiosera."
   La buena mujer, a quien yo veía cada día, sabía de mi tarea y, con gesto cómplice, me miró en un tono de igualdad. De loco a loco.
   Cuando  pasó junto a ellos, inclinándose una y otra vez para recoger cosas del suelo, dirigió una sonrisa brillante, a la vez que condescendiente, a la familia. No le devolvieron el saludo. Le hice una seña con la mano y caminamos juntos el resto de la mañana.

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