56 El cinturón
del gaucho
Esta generación se parece a esos muchachos,
que sentados en la plaza, se gritan unos a otros:
«Tocamos la flauta y ustedes no bailaron.
Cantamos lamentos y ustedes no lloraron». Mateo 11: 16 - 17
Sucedió en
una estancia en la cual estábamos de campamento. Por las tardes había Misa y
venían los de la casa principal y los peones que trabajaban en las distintas
faenas.
El último
día, un gaucho con bombachas y alpargatas, pañuelo al cuello y sombrero negro,
se presentó de pronto ante mí. Traía un cinturón de cuero blanco con repujes
con un centro labrado y monedas antiguas pegadas en él. Era bello.
-
Por favor, acepte este regalo -, dijo.
-
Muchas gracias. Es hermoso. No puedo aceptarlo - , respondí
rápido.
-
¿Por qué no?- , preguntó con el ceño fruncido.
-
Porque no estoy acostumbrado a usar un cinturón así- ,
afirmé riendo.
El gaucho
volvió a exponer el cinto sin reírse y repitió:
-
Por favor, acepte esto -.
-
Es demasiado costoso- , observé, - mirando la elegancia de
la prenda.
-
Sí -, dijo el viejo, - lo puede dar a otro si quiere.
Acepté el
regalo. Al fin, seguí el consejo del hombre y lo regalé a un estudiante muy
dedicado a sus tareas.
-
No lo puedo aceptar - , exclamó ante mi sorpresa.
Entonces le
conté la historia de cómo tenía yo esa pieza preciosa, y él aceptó el cinto con
una sonrisa de comprensión. Estoy seguro de que entendió que ese regalo había
que darlo a otro. No era una posesión, sino una misión.
Quien te entregue un cinturón, no aceptará
un no como respuesta.
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