43 Hamburguesas
Se movían incansables en el patio
infantil chicos de 9 a 14, cada tarde. Un día me detuve a contemplar su juego.
Decidí invitar a cenar a quienes quisieran estar un rato conmigo. Conseguido el
permiso, nueve pibes estaban en la lista.
Llegó la fecha. Compré pan, diez
hamburguesas y diez helados. A la hora fui a la canchita y pregunté: “¿Quiénes
son los chicos que van a venir?” Sorpresa. Veinticinco manos se levantaron.
“¿Cómo hago si sólo tengo diez hamburguesas?” Contestaron: “No importa lo que
comamos. Queremos estar junto a usted.”
Hube de repartir las hamburguesas
y helados entre tantos y la cena que iba a durar más tiempo, se despidió en
unos minutos. Los rostros lucían bañados de alegría por el bocado recibido. “Y
ahora ¿qué hacemos?” dijeron. “Vamos a jugar a la pelota”. Me senté en el
suelo. Estuve observando más de una hora. Me miraban de reojo. Mi cuerpo
recostado sobre el muro era parte de la cena.
Pensaba: “¿En esta cosa trivial
encuentro un mensaje divino? ¿Quién conoce la otra sorpresa, que me dará Dios
con “los chicos que juegan”?
En la casa ellos decían: “Voy a la
Iglesia”. Eran chiquilines que no estaban bautizados, ni habían hecho la
primera comunión, ni confirmación, ni iban a Misa. Venían a “su patio”.
Cuando maduren dirán: “De chico,
yo iba a San Gabriel y pasaba momentos estupendos.”
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