domingo, 8 de diciembre de 2013

Filoctetes



 48 Filoctetes

   Filoctetes había heredado un arco y una flecha mágicos. Resultó herido en una batalla. La lesión no sanaba. Despedía un olor inmundo. Sus gritos de dolor eran espantosos. Por eso, sus compañeros lo abandonaron en la isla de Lemnos. Lo dejaron solo para que muriese.
   El guerrero evitó morirse de hambre. Usó el arco mágico para conseguir pequeñas piezas de caza. La llaga se le infectó. El hedor era insufrible. Los marinos que se acercaban a la isla viraban rápido. Sin embargo, un grupo de varones decidió enfrentarse con la pestilencia para robarle el arco y la flecha.
   Echaron suertes y la tarea tocó al más joven. Los mayores dijeron: “Apúrate y viaja al amparo de la noche”. El muchacho se hizo a la mar. Sobre el olor acre del mar, el viento le trajo otro olor tan fétido que se cubrió el rostro con un lienzo, bañado en agua marina, para poder respirar. Con todo, nada podía proteger sus oídos de los lastimeros gritos de Filoctetes.
   La luna estaba enfundada en nubes. “Muy bien”, pensó el chico, mientras amarró su barca y se acercó con sigilo al dolido hombre. Alargó la mano hacia los ansiados arco y flecha cuando, de improviso, la luna mostró el macilento rostro del anciano moribundo. Algo en el joven – no sabía qué – lo indujo de repente a echarse a llorar y se sintió invadido por una honda compasión.
   En vez de robar el arco y la flecha, el efebo limpió la herida de Filoctetes. La vendó. Encendió fogatas. Lo cuidaba hasta que pudiera llevarlo a Troya, en donde, acaso, lo podría curar el médico Asclepio.
GFI 12.50

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