48 Filoctetes
Filoctetes
había heredado un arco y una flecha mágicos. Resultó herido en una batalla. La
lesión no sanaba. Despedía un olor inmundo. Sus gritos de dolor eran
espantosos. Por eso, sus compañeros lo abandonaron en la isla de Lemnos. Lo dejaron
solo para que muriese.
El guerrero evitó morirse de hambre. Usó el arco mágico para
conseguir pequeñas piezas de caza. La llaga se le infectó. El hedor era
insufrible. Los marinos que se acercaban a la isla viraban rápido. Sin embargo,
un grupo de varones decidió enfrentarse con la pestilencia para robarle el arco
y la flecha.
Echaron suertes y la tarea tocó al más joven. Los mayores
dijeron: “Apúrate y viaja al amparo de la noche”. El muchacho se hizo a la mar.
Sobre el olor acre del mar, el viento le trajo otro olor tan fétido que se
cubrió el rostro con un lienzo, bañado en agua marina, para poder respirar. Con
todo, nada podía proteger sus oídos de los lastimeros gritos de Filoctetes.
La luna estaba enfundada en nubes. “Muy bien”, pensó el chico,
mientras amarró su barca y se acercó con sigilo al dolido hombre. Alargó la
mano hacia los ansiados arco y flecha cuando, de improviso, la luna mostró el
macilento rostro del anciano moribundo. Algo en el joven – no sabía qué – lo
indujo de repente a echarse a llorar y se sintió invadido por una honda
compasión.
En vez de robar el arco y la flecha, el efebo limpió la herida
de Filoctetes. La vendó. Encendió fogatas. Lo cuidaba hasta que pudiera
llevarlo a Troya, en donde, acaso, lo podría curar el médico Asclepio.
GFI 12.50
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